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Un día nos dimos cuenta
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“La crisis es la mejor bendición que puede sucederle a las personas y los países, porque la crisis trae progresos” -Albert Einstein- 

 

Reflexión de Álvaro Cerda, profesor de Enseña Chile en el Liceo Politécnico de Pitrufquén, La Araucanía. 

 

Todo estaba en orden, o al menos eso nos dijeron. Una estructura social impuesta nos indicó también que 20 años de educación serían suficientes para conseguir un título. Claro, si tenías dinero o en su defecto, suerte. Concordantemente se esmeraron en inyectarnos contenidos, transformando la memoria en la principal aliada para alcanzar el éxito. Así intentaron convencernos de que solo podíamos manifestarnos ante el mundo y disfrutar la vida desde un espacio, un rol predeterminado que nos define dentro de la sociedad.  

No solo lo creímos, también lo creamos, clasificándonos a partir de parámetros impuestos y condicionando por medio de notas y puntajes el acceso a nuestro futuro. Delimitamos nuestras expresiones y libertades bajo el paradigma de una «normalidad» muy segregadora, condicionada por un entorno que nos decía que todas estas reglas eran parte de lo que conocíamos como educación. Para muchos, nos lo presentaron como un lugar en donde el sentir, soñar, apasionarse e incluso amar sin condiciones no tenían espacio. Pero hoy, frente un momento de crisis estamos aquí, ante a la irrenunciable posibilidad de observar todo lo que durante este tiempo hemos danzado. Hoy podemos construir un nuevo baile en donde nadie sobre. 

El covid-19 trae consigo el desafío de reeducar sobre una realidad que agresivamente se desnuda, dejando al descubierto la fragilidad sobre la que hemos construido el concepto de educación para la vida. Al día de hoy, nos hemos enfocado solo en el ámbito académico, mermando nuestra capacidad de sentir afecto, comprensión o solidaridad hacia las demás personas y nuestro entorno. Irresponsablemente nos fuimos preocupando de responder a un currículum que no priorizaba el respeto y la empatía como consecuencias de aprender a escucharnos y conocernos a través del lenguaje y la comunicación. Así desasociamos los conocimientos de la historia, los números, las letras, la ciencia y el arte de su capacidad para enseñarnos a disfrutar del aprendizaje y comprender de la vida y así amarla.

Se ha generado un hábitat en el que educar no implicaba precisamente generar aprendizajes, en donde la ciencia nunca nos dijo que observar hacia adentro es una herramienta para el conocimiento y a su vez, la práctica de una matemática competitiva se esforzaba por rezagar a una educación colaborativa. En mí experiencia esta visión fue muy determinante en el colegio me iba pésimo en Matemática y quedé repitiendo en primero medio por esta asignatura. Me dijeron que me iba a ir pésimo en la vida, que me iba a ir pésimo en la PSU y que no iba a llegar a ningún lado. Ahora soy profe de Matemáticas y no quiero que esto continúe y siga limitando a mis estudiantes. 

Afortunadamente ha llegado el día en que la honestidad de una crisis nos dijo de frente que no todo lo que nos decían era tan cierto ni tan seguro, permitiendo también que la naturaleza nos demuestre impetuosamente la inconsciencia en la que nos habían enseñado a vivir. Un día la crisis dio oportunidad de que la creatividad y la innovación fluyan como protagonistas para relacionarnos. Nos dio tiempo para amistarnos conscientemente con el silencio y la calma, y así crear desde la sinceridad un nuevo entorno con un trato más generoso, cuidadoso e inclusivo, más justo y humano, promoviendo que más personas logren encausar el arte de aprender con el de vivir. Un día nos dimos cuenta, y ese día es hoy. 

 

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