Enseña Chile
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Durante esta pandemia las comunidades escolares se han hecho cargo de adaptar su trabajo para seguir entregando educación de calidad a sus estudiantes de forma remota. Pero ese no ha sido el único desafío, especialmente para los contextos de alta vulnerabilidad. Apoderados y vecinos se han sido muy golpeados por las consecuencias de esta crisis y han requerido apoyo para solventar sus necesidades más básicas como la alimentación. Por eso, muchos líderes escolares han puesto a disposición su trabajo y compromiso para levantar soluciones que permitan el bienestar de sus comunidades más allá de la educación.

Ese es el caso de la Escuela Gabriela Mistral de Los Andes, establecimiento que trabaja hace años con el programa Colegios Que Aprenden de Enseña Chile. De acuerdo a los datos que levantaron, el 75% de sus apoderados perdieron sus empleos, al igual que gran parte de los vecinos de la Población Alto Aconcagua donde se emplazan. Por eso, comenzaron a hacer una olla común abierta a toda la comunidad los días jueves. Llegaron a cocinar 495 platos diarios antes de que no pudieran continuar trabajando debido a la cuarentena total en la comuna.

«Nosotros siempre hemos estado preocupados de nuestros apoderados, esto no es de ahora. Comenzamos el año pasado a gestionar situaciones. Apadrinamos familias para navidad, la cena, los regalos y una canasta de mercadería para que pudieran pasar el verano. Hemos movido mucha gente, mucha ayuda, nosotros siempre tenemos ese sello de estar ayudando. Sabemos que al final nosotros tenemos este trabajo gracias a los niños, a ellos hay que dignificarlos», cuenta Cecilia Rodríguez Vicencio, jefa UTP de la escuela. Junto a muchos trabajadores de su establecimiento, Cecilia está lista para volver a armar la olla común cuando se baje la cuarentena.

Ese mismo espíritu fue el que movilizó a Michael Tapia, profesor de Enseña Chile en el Colegio Nirvana de Alto Hospicio en Tarapacá. Los profesores de su establecimiento se organizaron para donar parte de su sueldo y armar cajas de mercadería para las familias de los estudiantes que las necesitaran. Pero Michael quiso ir un poco más allá y junto a una colega se organizaron para invitar a amigos y familiares a donar a esta misma causa. Convocando a sus redes con este propósito, lograron armar 32 cajas más que el mismo equipo del colegio se encargó de repartir.

«Nos sentíamos privilegiados de todavía tener trabajo y poder aportar con algo. El encierro, la cuarentena te hace pensar, analizar y empatizar mucho con la situación de los alumnos», opina el profesor. «Siento que el colegio de alguna forma se unió más. Los colegas conversamos más en los grupos, comenzamos a contar más sobre qué le pasaba a cada alumno. Se generó un vínculo mayor sobre lo que estaba pasando. Y de ahí salieron otras iniciativas como una campaña de abrigo y otra de artículos tecnológicos. Salieron varias ideas para poder seguir apoyando», agrega.

Ambos profesionales destacan el agradecimiento con que sus comunidades han recibido estas acciones. Entienden que el rol de la escuela va más allá de la educación en contextos de crisis y ven ahí una oportunidad para vincularse aún más con su entorno. «Ha sido muy motivador para nosotros ver que hemos podido aportar. La escuela está en un sector que es super complejo, en un contexto muy desafiante, pero a nosotros se nos ve como una autoridad, se nos ve como un referente de protección, de ayuda», reflexiona Cecilia.

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