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¿Para qué enseñamos? Nuestra Ley General de Educación (LGE) da respuesta a estapregunta:Ese objetivo común (el de la educación) es contribuir a la formación y el logro de aprendizajes de todos los alumnos que son miembros de ésta (la comunidad educativa), propendiendo a asegurar su pleno desarrollo espiritual, ético, moral, afectivo, intelectual, artístico y físico». ¿Cómo se plasma esta declaración en el día a día?¿Está en el foco de la política pública y de las escuelas el fomentar este desarrollo integral? 

El «para qué enseñamos» es nuestro propósito, el objetivo que queremos lograr con la educación, y debería ser el norte que alinea nuestras decisiones y acciones de corto, mediano y largo plazo. Sin embargo, en el día a día, ese norte se pierde. Lo que vemos y escuchamos – tanto dentro del colegio como fuera de él– es que hacemos clases porque tenemos que tener buenos resultados en las pruebas estandarizadas, tales como el Sistema Nacional de Evaluación de Resultados de Aprendizaje (SIMCE) y la Prueba de Selección Universitaria (PSU): porque la matrícula del colegio depende de esos resultados, porque si no el colegio puede ser cerrado, porque (varias veces) hay bonos asociados al desempeño en estas pruebas, entre otros «porque»que rigen nuestro actuar en el día a día.Esos «porque» responden a causas, generalmente externas, que nos llevaron a ese momento o acción, muchas veces careciendo de sentido, de propósito y de visión.

Pero el problema no es el SIMCE ni la PSU, es que tenemos una obsesión con los resultados en estas pruebas y poco y nada cuestionamos qué están midiendo y/o qué información nos están entregando. Si tuviéramos claro el propósito de la educación y fuéramos coherentes con la educación integral declarada en la LGE, ¿qué indicadores deberíamos estar mirando? ¿Estaríamos mirando los mismos que miramos hoy en día?

Según estimaciones del Foro Económico Mundial, un 65% de los niños que están comenzando su proceso de educación se desempeñará en trabajos que aún no existen, y para poder desenvolverse en este mundo cada vez más cambiante, el foco en los contenidos no es suficiente.Necesitarán de habilidades que les permitan pensar críticamente, enfrentar la incertidumbre, trabajar con otros de manera colaborativa y empática, y tomar decisiones conscientes y argumentadas que aporten al bienestar de la sociedad. La UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura), que concibe a la educación como algo más allá de lo instrumental, señalaba ya a finales del siglo pasado que para que esta permita a cada persona descubrir, despertar y desarrollar «el tesoro escondido» dentro de cada uno, se hacía necesario que el sistema educativo se base, de igual manera, en cuatro pilares fundamentales: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir juntos, y aprender a ser.

Se han realizado importantes reformas al curriculum nacional, documento que nos entrega las bases sobre contenidos, habilidades y competencias es necesario enseñar en cada asignatura y nivel, siendo de las más importantes la que comenzó el 2002. En esta reforma se redefinió el concepto de aprendizaje: pasamos de entender el proceso de educación como mera transmisión de conocimientos a entenderlo como esta transmisión más el desarrollo de habilidades y actitudes. Hoy en día, y luego de varios cambios, tenemos incluidas en el curriculum varias de las habilidades y actitudes que se declaran relevantes para el siglo XXI: comunicación, trabajo colaborativo, pensamiento sistémico, resolución de problemas, manejo de la incetidumbre y adaptación al cambio, respeto a la diversidad, desarrollo de la autoestima, entre otras. Sin embargo, la implementación ha sido inconsistente, es decir,no hemos logrado traspasar a nuestros estudiantes lo que está declarado en el curriculum, pero ¿cómo podríamos hacerlo si los indicadores de calidad de un establecimiento siguen estando fuertemente asociados al desempeño en pruebas estandarizadas que tienen foco en los contenidos? Si bien se ha hecho un esfuerzo por incorporar otro tipo de indicadores en las mediciones del SIMCE,  los Indicadores de Desarrollo Personal y Social (IDPS), estos están lejos de ser suficientes y considerados de igual manera que el desempeño en lo cognitivo.

Si seguimos evaluando la «calidad» de la educación que entrega un establecimiento solamente como los resultados que obtienen los estudiantes en SIMCE y PSU nos quedamos cortos y entregamos señales confusas: declaramos que nos interesa el desarrollo de habilidades transversales, pero seguimos mirando los mismo resultados. ¿Cuándo nos sentaremos a la mesa a definir cómo queremos ver plasmadas estas habilidades en nuestros estudiantes? Sin un norte claro y la coherencia en sus indicadores, es difícil avanzar en la entrega de una educación de calidad para todos y todas.

María Belén Parada, Alumni 2016

Isidora Rojas, Alumni 2014

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