Enseña Chile
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Gustavo Rojas Ayala (37 años) dirige la ONG “Mexicanos Primero Sinaloa” desde hace más de dos años en ese país. Hoy el periodista de la U. Católica de Valparaíso y Máster en Educación de Harvard University, reconoce que los dos años haciendo clases en La Araucanía fue lo que le abrió camino a estar trabajando en educación desde distintos roles y contextos por más de diez años.


En marzo del 2011, en la comuna de Cunco, Gustavo Rojas Ayala inició el Programa de Liderazgo Colectivo haciendo clases de Lenguaje a las estudiantes de enseñanza media del Liceo Politécnico Santa Cruz. Tras cumplir los dos años, trabajó en Enseña por México acompañando a docentes y fue director de Enseña Chile en las regiones de Los Lagos y Aysén entre el 2017 y 2019. Además de dirigir la organización mexicana, también hace asesorías en educación a funcionarios públicos de alta dirección pública de nuestro país.

- ¿Qué herramientas y competencias crees que ganaste después de hacer clases en un colegio durante dos años del Programa de Liderazgo Colectivo?

Son muchas. La experiencia es profundamente enriquecedora en lo personal y lo profesional. Hay herramientas y aprendizajes que se generan en ambos sentidos. En lo personal, para mí fue una cosa muy bonita haber podido trabajar en la región de La Araucanía. Es la más pobre de Chile y me tocó estar en un contexto rural. La gran mayoría de las estudiantes a las que tuve el orgullo de haber podido enseñar provenían de la cultura mapuche y me tocó conocer a través de sus historias como ellas significaban esa herencia cultural. Me tocó aprender de primera línea que esa herencia cultural muchas veces a la sociedad que ellas enfrentaban es una razón de vergüenza, una razón de querer esconder todos estos rasgos y patrimonio cultural. Fue una muy bonita oportunidad para reflexionar en ese entonces respecto a temas que son fundamentales en la discusión pública que tiene Chile como país hoy.

Me tocó ser profesor de segundo medio preparando a las niñas para el SIMCE y profesor de Lenguaje de tercero y cuarto medio. En esa experiencia son muchas las cosas que se aprenden. El pilar principal es el pedagógico. El de aprender, de ser un aprendiz constante de las clases. Hay un segundo pilar que tiene que ver con la capacidad de gestionar el tiempo, de priorizar tus esfuerzos, cómo vas a hacer para distribuir el tiempo entre planificar, corregir, revisar, dar retroalimentación a tus estudiantes, atender a los apoderados que llegan a la escuela y de trabajar colaborativamente con los profesores. Hay un último pilar que es el de la reflexión, que es reflexionar continuamente sobre tu práctica, pero también sobre las circunstancias en las que tus prácticas se llevan a cabo y poder reflexionar sobre qué significa educar en un contexto de ruralidad, de muy alta vulneración de derechos. Llegué a esa escuela pensando que iba a ser el profesor de Lenguaje e iba a ayudar a las alumnas a aprender a usar mejor el lenguaje, a usar las referencias y pistas que nos dan la literatura para enfrentar nuestra vida, pero al final también terminé dándome cuenta de que como profesor uno tiene que saber crear un refugio para cobijar las historias de vida de los estudiantes y ese creo que es el aprendizaje más importante. A través de mis estudiantes supe lo que significaba para ellas ser mujeres en una comunidad en la que crecieron, aprendí los límites que la comunidad les ponía y las barreras que ellas tenían que saber sortear para salir adelante. Esas barreras iban mucho más allá que sacar un buen o mal puntaje en la PSU y esa perspectiva fue sin duda súper enriquecedora.

- ¿En qué te ayudó Enseña Chile en lo que eres como profesional?

Me abrió las puertas de la sala de clases. Esto es algo que a nivel personal valoro muchísimo porque es la experiencia de la sala de clases la que me cambió radicalmente las prioridades profesionales. Antes de Enseña Chile había tenido proyectos con estudiantes de colegios donde hacíamos programas de radio de análisis político y ahí había visto cómo el sistema etiquetaba a ciertos niños de “rebeldes”, “revoltosos” y los niños lo hacían muy bien como panelistas, se empoderaban. Ahí yo decía “¿qué está pasando en los colegios que los niños están teniendo este potencial que nadie más está viendo?”. Enseña Chile fue la posibilidad de ver realmente qué era lo que estaba pasando, de vincularte y de tener muchísimo aprendizaje. En esta experiencia, la fundación no te dejaba solo, había un acompañamiento y ese era fundamental para momentos de decaimiento porque en algunos momentos es una experiencia muy dura y también para facilitar estructuras de aprendizaje continuo. Lo último que valoro es la diversidad de la red que es capaz de aglomerar esta organización. Tuve la posibilidad de participar hombro a hombro y ser parte de un gran equipo con personas que tenían una trayectoria de vida diferente a la mía: un lugar de origen, una situación social y también una visión ideológica distinta a la mía. Aprendí a saber que frente a la sala de clases todas las diferencias no importan y que hay que saber trabajar en equipo para sobrellevar las circunstancias y el vértigo de estar parado frente a un curso que espera tener una experiencia de aprendizaje. La labor docente requiere mucho trabajo en equipo y acción colectiva por lo que la red es una de las cuestiones que más valoro de la organización y que aportó a la experiencia que tuve.

- ¿Tu paso por Enseña determinó en algo lo que haces hoy?

Sí, lo determinó totalmente. No porque de allí saliera todas y cada una de las cosas que estoy haciendo, pero es sin duda lo que abrió el camino a una ruta de estar metido en educación desde distintos roles y contextos que se extiende por más 10 años. A mí la experiencia Enseña Chile es la que me inspiró y me habilitó a buscar la experiencia, a salir a trabajar en Enseña por México donde me tocó ser encargado de apoyar a profesores nuevos tal como yo lo recibí ese acompañamiento. Hoy en día sigo con ese mismo afán de querer crear ese refugio para mis estudiantes, de querer aprender a generar la clase que les de las mejores herramientas para sortear las barreras que tengan que enfrentar y así transformar sus vidas a partir de la educación. Me siento parte de esa generación que en el 2006 y 2011 salieron a las calles a exigir un cambio y desde la educación construir un Chile más justo. En Enseña encontré un gran lugar para construir ese Chile más justo desde la sala de clases y, a pesar de que no estoy enseñando ahí, sigo metido tanto en Chile como México en el sistema intentando hacer exactamente lo mismo. Al final la experiencia de trabajar en otros contextos te enseña a desmitificar la idea que los problemas son siempre únicos a una comunidad en particular, ya que hay muchos problemas y desafíos que se parecen y poder compartir ciertas soluciones tiene mucho valor. Lo que aprendí en La Araucanía me sirvió mucho cuando estuve después en el estado de Puebla en México y lo que aprendo en este país, a pesar de que son sistemas educativos radicalmente distintos con el chileno, también aporta mucho valor a los pasos que el sistema educacional en Chile tiene que ir dando, a uno cada vez más inclusivo, justo y que pueda habilitar a las personas a florecer a través de la educación.

- ¿Crees que vale la pena estar dos años en la sala de clases? ¿Por qué?

Creo que vale absolutamente la pena estar dos años y más. Yo salí de Chile buscando herramientas que me permitieran en algún momento regresar a la sala de clases y lo hice. No necesariamente desde el rol de docente, pero sí desde el rol, por ejemplo, de mentor de docentes. Es una experiencia que vale la pena porque enseñar educa, porque aceptar la responsabilidad de hacerte cargo de qué ofrecerle a un grupo de niños o adolescentes que están realmente ávidos de hacer algo por su tiempo, por hacer algo por su vida, es una gran responsabilidad formativa. Hay mucho crecimiento personal en ese tiempo, es un gran lugar y un laboratorio para conocer también cuáles son los problemas que como sociedad se viven o los problemas que afectan a las familias de los estudiantes, los temas culturales y sociales que los estudiantes enfrentan en su vida cotidiana y te permite desarrollar una sensibilidad de la realidad que no se tiene desde un escritorio. La recompensa que se obtiene cuando un estudiante te dice “profe aquí está”, “lo aprendí”, “lo hice”, “pude”, es ahí sin duda donde radica el principal valor. Es muy cierto que la profesión docente tiene que ofrecer a la gente que aporta por ella mejores condiciones salariales y estructurales con colegios más preparados, que den más apoyo, con un sistema que dé más apoyo, pero la gratificación que da ver el logro y motivación de los estudiantes a medida que van aprendiendo cosas nuevas, es para mí lo más significativo para trabajar.

- ¿Recomendarías hacer el programa? ¿Por qué?

Lo recomendaría porque es una oportunidad única de desarrollo personal y aprendizaje profesional. Creo que es una vitrina hacia aquellos problemas que como sociedad tenemos que reconocer para conocer y resolver definitivamente. Es una experiencia que te vincula con otros, que, aunque sean distintos, puedes formar parte de una red cada día más grande de personas dispuestas a trabajar para que las cosas cambien y que mejoren desde destinas posiciones.

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