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Cosas extrañas que extraño


Antonia Paz Lavanchy Verdugo, 16 años | Ganador «Educación del pasado»

 

Levantarse en la mañana es un sentimiento amargo y dulce a la vez. Quieres ver lo que vendrá con el día, pero al mismo tiempo, tu cama se convierte en un montón de algodón cuando despiertas. La mañana sigue oscura y está dispuesta a ir despertando de a poco con mis párpados. Después de arreglarme y pasar bajo el agua fría de la mañana, me pongo mi uniforme, me miro al espejo y sonrío porque estoy cómoda, porque parezco profesional, porque me veo ordenada, y porque sé que me puedo quitar el blazer si me da calor. Después me subo al auto, que está igual de frío, pero me gusta, porque me despierta y me hace temblar. En el camino, miro por la ventana e imagino mil escenarios de lo que puede pasar en el día. “¿Había prueba?” me pregunto a mí misma de repente, pero lo ignoro, porque nunca es bueno desesperarse en la mañana.

Finalmente llego al colegio, las paredes se ven frías y sólidas por fuera, como un castillo que está protegiendo reliquias dentro de él. Sin embargo, entro y de inmediato siento la sangre dentro de mí. Corro con prisa, todo es cálido y hay colores por todas partes, camino con cuidado hasta mi sala, gente que he conocido toda mi vida me saluda sin mucha importancia, porque no somos hermanos, seguro no saben mucho más de mí, pero somos educados, los saludo de vuelta y camino hacia mi mejor amiga. Ella está sentada con los ojos cerrados, todos los días son lo mismo, así que ya sé qué va a decir. La saludo, me sonríe y me dice que le duele la cabeza y que está cansada. Yo le digo que tome agua, y luego me pregunta cómo estoy. Siempre le digo que no dormí bien porque es una costumbre rara, luego conversamos, cantamos y reímos. El timbre retumba y nos dice que es hora de estudiar. Mi ánimo cambia por completo, porque las clases me gustan, no porque sea buena aprendiendo, ni porque sea una mente brillante, sino porque me dan una oportunidad, de imaginar, soñar, me pongo a fantasear, y eso es lo que me hace el colegio. Me convertí en una soñadora, y voy a seguir dormida hasta que el desastre acabe y me devuelva a mi castillo de sueños.

 

La Corte de la Alcachofa


Luz María Clara Goes, 15 años | Ganador «Educación del presente»

 

Mi mamá generalmente compra cuatro alcachofas por dos mil pesos.
Es aquí donde comienza el problema.

La equidad en mi familia es algo fundamental. Sobre todo en tiempos de pandemia, donde todos atacamos el refrigerador desvergonzadamente. Déjenme que les haga una pequeña introducción a la equidad en mi casa. Veámoslo como una corte. Claramente mi mamá desempeña el papel del juez, y yo como adolescente, represento la oposición. Pero en términos de corte, véanme como una abogada litigante, y mi hermana chica de cuatro años es la plebe enardecida. Al final de toda esta pirámide están las mascotas. Todos competimos, en parte, por comida, baño, espacios y gigas de Internet.

Está claro que la convivencia en cuarentena ha intensificado los roles de cada uno, llevándonos, a veces, a terrenos un tanto radicales.

Volviendo a las alcachofas, incluso las mascotas han desarrollado un gusto por repasar las hojas. En una casa vegetariana y en situación de pandemia, como diría Charles Darwin, “No es el más fuerte de las especies el que sobrevive, ni el más inteligente. Es aquel que es más adaptable al cambio”.

En relación a la cuarta alcachofa, esta es un bien codiciado en nuestra pequeña sociedad. Esto abre el dilema sobre quién tendrá posesión efectiva sobre la misma.

Es evidente que la jueza tiene una tendencia a satisfacer los clamores de la plebe. Ella considera que, para el equilibrio ideal del sistema, la plebe tiene que estar satisfecha. Por lo tanto, yo no tuve más opción que acudir a métodos anticonstitucionales. Vi mi oportunidad el viernes a las doce horas. Fingiendo una desestabilidad de red, apagué mi video en la clase online y me dispuse a cometer el ilícito. Aproveché que mi mamá estaba dando clases en el piano, y mi hermana chica, luchando con su ansiedad para que la escuchen en el Zoom, y me escabullí con la alcachofa a mi pieza.

Me la comí.

Cuando estaba terminando, vi que mi perro me había estado mirando todo el tiempo. Me enterneció su carita y le compartí una hoja. El muy Judas se la llevó a la jueza. Tendré que preparar argumentos convincentes para enfrentarme a la Ley y no disgustar a la plebe.

No sé cómo será la nueva normalidad ni cómo eso afectará el delicado equilibrio del sistema. Solo pienso que estaré en desventaja.

 

Todo va a mejorar


María José Cantergiani Rodena, 17 años | Ganador «Educación del futuro»

 

Estaba acabando la clase de biología, no podía pensar en nada más que en salir a recreo para poder hablar con mis amigos. Era mi último año, el esperado cuarto medio. Solo quedaban unos meses para despedirnos para siempre de esa pequeña cárcel que nos atormentaba un año atrás. Ahora era todo lo que anhelábamos, vernos, poder abrazarnos entre nosotros y quitarnos las estúpidas y molestas mascarillas.

Desde el coronavirus han pasado ya diez años. Hubo rebrotes en todo el mundo, cuatro virus más, cuatro pandemias más y solo quedamos 15 millones de personas en la Tierra. Nos juntaron a todos en un solo continente, América. Con África hundida, Asia y Europa estaban siendo usados como lugares de experimentos, investigaciones y ciencia. Los humanos deseábamos con todas nuestras fuerzas vivir por más tiempo, con o sin nuestra familia, ya que aprendimos a ser más empáticos, muchos se quedaron sin hermanos, padres y abuelos. Por cierto, nadie mayor de 50 años sobrevivió a la tercera pandemia. La educación es todo lo que tenemos, a los niños y adolescentes nos comenzaron a criar como futuros científicos, la ciencia es todo lo que nos va a salvar. Ya no importa el dinero, ni el estatus económico, solo protegernos.

–Buenos días, señorita Helena. Hora de levantarse. Pip. Pip. Pip. Clase a las nueve en punto –sonó Adi, la pantalla gigante que había en mi búnker–. Recuerde utilizar su casco para ingresar.

Al parecer fue un sueño, pero solo la parte buena lo fue.

–Estoy cansada de ti, Adi.

–Prometo que todo va…

–A mejorar, ya lo sé –interrumpí de mala manera.

Procedí a ponerme el casco de realidad virtual, la única manera de estar en clases y ver a mis amigos. Lo más real y lo más cerca que hemos estado desde hace cinco años.

 

Opinión: Educación y pandemia

 

Josefa Contreras, 13 años | Ganador «Talento joven»

 

En esta columna de opinión voy a hablar acerca de la educación antes, durante y después de la pandemia.

La educación es algo muy importante para cada persona, por lo que debería ser igualitaria en todos los colegios, sean públicos o privados, para que todos los niños puedan tener las mismas oportunidades, ya que precisamente esta es la idea de hacer colegios públicos, que todos tengan la oportunidad de estudiar. Pero, poco a poco, el acceso a la universidad se fundamenta más en el bolsillo que en las capacidades de los alumnos.

La educación antes de la pandemia era buena, pero sé que no todos tenían acceso a ella. Entonces, considero que eso debería cambiar ya que todos los niños/as están en su derecho de estudiar. Antes de que todo esto pasara, se veía muy poco la integridad de los colegios hacia niños con discapacidades, ya que la mayoría de colegios no estaban capacitados para recibirlos, por lo que un gran porcentaje de esos niños no lograban entrar a buenos colegios, y optaban por estudiar desde casa.

Durante la pandemia, ha sido todo mucho más complicado. No todos tienen computadores (o algo para las clases online) y muchos niños/as no logran concentrarse. Además, al principio se perdió mucho tiempo porque todos nos estábamos adaptando a este nuevo sistema. Creo que muchos de los contenidos tuvieron que ser omitidos para enseñarnos solo lo más importante, o que algunos profesores no lograron distribuirlos bien, por lo que luego de esta pandemia, va a ser más complicado, porque nos estarán enseñando los contenidos que no pasaron antes, sin contar que muchos niños no entienden en clases online, por lo que será muy frustrante. También considero que, luego de todo esto, se va a valorar mucho más el hecho de ir a clases, juntarnos con nuestros amigos, y la ayuda de nuestros profesores.

Cambiando un poco el tema, creo que luego de que volvamos al colegio podrían enseñarnos otras cosas que, creo, aportarían mucho a cada persona, como por ejemplo: lenguaje de señas, defensa personal, ecología, los primeros pasos de nuestras vidas como adultos (comprar casa, auto, etcétera), manejo de emociones y esas cosas que, aunque quizás no se consideren tan importantes, deberían enseñarse.

En conclusión, creo que hay muchas cosas que deberían cambiar respecto a la educación y las personas deberían estar agradecidas de recibirla.

 

Sin aviso


Martín Aníbal Suárez Droguett, 17 años | Ganador «Premio del público»

 

Mientras se va un gran verano, viene la gran alegría de un niño por el regreso a clases. Su colegio era el único lugar donde podía comer y dormir sin problemas. No obstante, luego de unas semanas, el colegio cerró repentinamente sin que el niño supiera por qué. No tenía más opción que quedarse afuera esperando a que alguien viniera y abriera la puerta, pero nadie llegaba.

La calle estaba vacía y los negocios estaban cerrados, parecía ser el único rondando las afueras del colegio. Hasta que llegó el día donde el niño volvió a ver gente, pero vio que todos usaban mascarillas y él no entendía la razón. Había una fila enorme en el negocio cerca del colegio; el niño fue para allá y todos empezaron a gritarle, a tal punto que lo terminaron echando. Volvió a la puerta principal de su colegio y comenzó a llorar porque vio cómo un camión se llevaba su almuerzo en bolsas negras.

Pasó una semana y se encontró con un compañero de curso. Fue corriendo hacia él y en vez de saludarlo, le preguntó por qué el colegio estaba cerrado. Su compañero le dijo que había un virus rondando por las calles, en donde todos debíamos usar mascarillas y que ahora las clases serían en el computador. El niño estaba confundido, pero justo cuando quería preguntarle más cosas, la mamá del compañero, con un ceño fruncido, tiró la oreja de su hijo. Llegó la noche, no se sentía muy bien y le costaba moverse, logró ir a un lugar donde taparse del frío que apareció sin aviso. Pasaron los meses, el colegio volvió abrir sus puertas y al niño le pusieron una anotación negativa por inasistencia.

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