Hace algunas semanas, por causa de una iniciativa del Equipo Directivo de la comunidad escolar en donde trabajo, tuve un conversación con estudiantes de Tercero Básico para darles a conocer quiénes componen el Equipo Directivo y cuáles son los roles que desempeñan. Las pequeñas niñas plantearon abiertamente preguntas cargadas de insospechado sentido, a saber: ¿Cuánto cuesta al mes mantener todo este colegio? ¿Quién elige a los directivos? ¿Cuántos años debe estar un director (a) en el cargo? ¿Qué hace un Ingeniero Comercial en el colegio? ¿Por qué este colegio tiene esos símbolos religiosos?, entre otras valiosas interrogantes. Como se podría pensar, las preguntas que plantearon niñas de no más de 9 años, tienen directa relación con las preguntas que cualquier ciudadano podría plantearse sobre cómo funciona la educación en Chile y, específicamente, cómo funcionan (y por qué funcionan de tales modos y no de otros) las instituciones educativas en nuestro país.
El presente artículo tiene como propósito dar a conocer mi historia de aprendizaje gracias a la oportunidad de participar como alumna en la Escuela de Políticas Públicas de la Fundación Enseña Chile. En virtud de cada una de las sesiones presenciadas virtualmente, ahora puedo revisar con mayor detención ciertas cuestiones esenciales que se despiertan a la hora de pensar la educación y las escuelas que tenemos; por eso, las preguntas planteadas por niñas de Tercero Básico se conectaron inmediatamente con temas, ideas y conceptos vistos en algunas sesiones y que ahora me animo a exponer porque, desde mi perspectiva, constituyen nodos centrales que participan de la comprensión de aquello que hemos llamado por años “el sistema educacional chileno, su historia, su filosofía y sus principales desafíos”. Veamos algunos aprendizajes nucleares que se desprenden de ello.
En primer lugar, de todas las diversas e inagotables preguntas que nos podemos plantear en materia de educación nacional, ¿Cuál podría ser la pregunta más trascendental de todas? Gracias a la primera sesión liderada por Alejandra Arratia, Doctora en Educación de la Universidad de Melbourne, la gran pregunta leitmotiv de todo lo que significa materia educacional en nuestro país podría sintetizarse en la siguiente: ¿Qué ofrecemos (como país) como experiencia formativa a las nuevas generaciones para la construcción de la sociedad que realmente esperamos construir? Esta pregunta surge precisamente de la revisión de uno de los instrumentos más poderosos que tenemos en nuestro país, correspondiente a la Ley General de Educación que señala:
La educación es el proceso de aprendizaje permanente que abarca las distintas etapas de la vida de las personas y que tiene como finalidad alcanzar su desarrollo espiritual, ético, moral, afectivo,
intelectual, artístico y físico, mediante la transmisión y el cultivo de valores, conocimientos y destrezas. Se enmarca en el respeto y valoración de los derechos humanos y de las libertades fundamentales, de la diversidad multicultural y de la paz, y de nuestra identidad nacional, capacitando a las personas para conducir su vida en forma plena, para convivir y participar en forma responsable, tolerante, solidaria, democrática y activa en la comunidad, y para trabajar y contribuir al desarrollo del país. (Ley Nº 20.370, 2009).
En función de la declaración anterior, es posible hallar un horizonte tal vez más claro que ayude a distinguir los medios y los fines de la educación chilena, puesto que toda política educativa, toda política curricular, toda política de aseguramiento de la calidad de la educación, como también la motivación que tiene cada uno de los actores para levantarse cada mañana a su trabajo al servicio de la educación de niñas, niños, jóvenes y adultos, por ejemplo, estarían supeditados a esa concepción de educación declarada en este dispositivo legal que contamos hoy en día. Resulta indiscutible lo bien que suena todo lo anteriormente señalado, pero cabe preguntarse, ¿Cómo se trabaja para cumplir con tales loables propósitos? ¿Qué hacemos en el día a día, por ejemplo, las escuelas, liceos y las instituciones de educación superior para materializar esa concepción de la educación nacional? Estas preguntas conducen a lo que podríamos llamar “las tensiones permanentes” que se detectan a la hora de pensar no solo en los fines de la educación sino en el sistema existente para “operacionalizar” tales propósitos.
En segundo lugar, el siguiente aprendizaje esencial, se relaciona con la cuestión planteada anteriormente, pues en las sesiones lideradas por Alejandra Falabella, Doctora en Sociología de la Educación, el Doctor en Economía Dante Contreras, la Doctora en Filosofía, Sylvia Eyzaguirre y el Director Ejecutivo de la Fundación Enseña Chile, Tomás Recart, es posible descubrir una honda (y, a veces espeluznante) complejidad en el sistema educacional nacional, puesto que la concreción de un sistema educacional que garantice “calidad” ha definido el camino a seguir a través de un Sistema de Aseguramiento de Calidad de la Educación (SAC) que implicó la implementación de una FUERTE política educacional que utiliza instrumentos estandarizados que de algún modo permitirían poder “visibilizar” mediante “evidencias cuantitativas y, a veces (las menos), cualitativas” los desempeños de las instituciones escolares. Este tipo de sistema de “aseguramiento de calidad”, consistente en un sistema de “política de rendición de cuentas” con fuerte énfasis en la concepción de una educación que sigue la lógica de mercado, pues la escuela o liceo “debe mostrarse como la mejor opción a elegir por las familias” trajo como consecuencia, lo que Falabella, denomina “una política seductora, de naturaleza hipervigilante” ya que las instituciones escolares de algún modo “luchan” por tener una deseada “categoría de desempeño” (y evitan, por ejemplo, “caer” en la categoría de “insuficiente” con la fuerte amenaza de ser “cerradas” si no mejoran y avanzan, en un cierto plazo, los resultados que “se esperan mejorar”).
Entonces, ¿Cuáles son las consecuencias que se podrían desprender de lo sintéticamente descrito anteriormente? De acuerdo al artículo de Falabella, “El mercado escolar en Chile” (2015), una de las consecuencias más relevantes es que las instituciones educativas en Chile deben lidiar de manera constante con una política de doble rendición de cuentas, puesto que:
Por una parte, los establecimientos deben rendirle cuentas al mercado, dando respuesta a la demanda de las familias y así captar mayor matrícula. Por otra parte, las instituciones escolares deben rendir cuentas al Estado por el cumplimiento de estándares y metas de desempeño. En lo más profundo, esta perspectiva cambia el ethos de la escuela, inyectando a un bien público, como es la educación, una lógica empresarial basada en principios de competencia, riesgo, cumplimiento de metas cuantificables e incentivos ligados a resultados. (Falabella, 2015, p. 3)
La cuestión clave que se desprende de lo anterior es poder determinar si realmente este tipo de política educacional ha logrado mejorar la educación del país, en otros términos, el sistema de aseguramiento de calidad de la educación, ¿ha logrado vehicular el logro de esa calidad? Nuestros estudiantes, en el transcurso de una década, ¿han logrado tener una buena experiencia educativa independiente de sus situaciones socioeconómicas? Otra cuestión clave, las evaluaciones internacionales y los sistemas de medición nacional para justamente medir la calidad de la educación chilena, ¿evidencian avances y mejoras en los desempeños de nuestros estudiantes, en consecuencia, de cada una de nuestras escuelas y liceos desde la Región de Arica y Parinacota hasta la Región de Magallanes y la Antártica Chilena? La respuesta es frustrante, pues es preciso exponer una distinción y a la vez una precisión explicitada por Falabella en la segunda clase de la Escuela de P.P., a saber: “una cosa es medir y generar un sistema de aseguramiento de la calidad que tiene como lógica el uso de las mediciones y otra cosa es homologar ese tipo de sistema a la obtención de una educación de CALIDAD.”
En convergencia con el punto anterior, considerando además que los fines de la educación nacional se inspiran en aquella cita extraída anteriormente de la Ley General de Educación y que la generación de una educación de CALIDAD no está necesariamente garantizada por un SAC, por ejemplo, es que el análisis sobre los problemas y tensiones de nuestra educación podrían profundizarse en conexión con la EXPERIENCIA EDUCATIVA de cada uno de nuestros estudiantes, pensando siempre en TODOS LOS ESTUDIANTES DEL PAÍS, de TODAS LAS REGIONES, DE TODOS LAS CLASES SOCIALES, pensando además, en lo que el profesor Dante Contreras explicitó en la clase nº3 de la Escuela de P.P., con la siguiente pregunta, ¿En qué grado las políticas educacionales permiten, por ejemplo, cerrar la brecha entre ricos y pobres, en consecuencia, generar una movilidad social A LARGO PLAZO (es decir, tomando en cuenta la existencia de trayectorias laborales exitosas de dichos estudiantes)?
A partir de la cuestión anterior, que sabemos no tener resuelta hasta ahora, el problema se agudiza, porque una cosa es pensar en los problemas educacionales en términos globales; pero otra muy distinta es pensar en el desarrollo de las trayectorias individuales de cada uno de los niños y jóvenes de nuestro país, en los esfuerzos individuales y familiares que invierten en menor o mayor medida (y en “la medida de lo posible”) en su educación, siguiendo muchas veces, de manera casi inconsciente, insospechada e incluso confiada el ethos de las escuelas y liceos que han construido la narrativa de ser “buenas escuelas” para que sus hijos “logren sus sueños y metas”; pero que en la praxis, sabemos que pese a todo eso, podría ser que la educación entregada a cada uno de esos niños y jóvenes no necesariamente les asegure un buen futuro, es decir, una
movilidad social a largo plazo que garantice oportunidad de realización y que reduzca la brecha socioeconómica que caracteriza a Chile como una de las sociedades más desiguales del mundo.
La última idea expuesta en el bloque anterior, resulta reiterativa (porque está diagnosticada hasta el hartazgo) y desalentadora, pero en este artículo es posible revisarla a la luz de 2 sesiones iluminadoras para ampliar perspectivas, a saber:
Por una parte, en la clase de Sylvia Eyzaguirre, se plantearon las siguientes preguntas: ¿Es la educación la solución más adecuada para enfrentar el problema de la inequidad? La tan criticada “desigualdad” que caracteriza a nuestro país, ¿Es totalmente “mala”?, ¿Qué nos enseña, por ejemplo, la evidencia comparada de los sistemas educacionales de otros países? De acuerdo a Eyzaguirre, tales evidencias indican que al interior de las escuelas (nacionales e internacionales) existe una enorme heterogeneidad y que en su interior se producen brechas importantes de aprendizaje entre los estudiantes (y me arriesgo a decir, que se podría tratar de brechas aún más urgentes, pues dependen del trabajo a diario de las mismas comunidades escolares). Evidentemente, esto implica un cambio de foco del problema, pues la responsabilidad primaria de las escuelas y liceos sería poner el foco en sus propios estudiantes, para aminorar las brechas de aprendizaje que se generan en su mismo espacio escolar.
Dicho en otros términos, es clave que las escuelas y liceos definan un rol activo en su propio locus de control, que es la escuela misma, pues el problema de la desigualdad socioeconómica a nivel estructural, a nivel global, parece no ser un problema que, exclusivamente, la educación y la política educacional pueden solucionar. Entonces, el énfasis es el siguiente: ¿qué es lo que realmente pueden hacer, de acuerdo a sus posibilidades, las mismas instituciones escolares? La respuesta es clave: revisar sus propias brechas internas, fortalecer la labor y la formación continua de los directivos, docentes y paradocentes, potenciar la participación de los apoderados, comprender realmente qué es lo que motiva a tales apoderados a confiarles sus hijos a esa misma escuela o liceo, fortalecer la educación inicial, consolidarse como escuelas y liceos de excelencia enmarcados en un sistema de aseguramiento de calidad de la educación que genere la condiciones mínimas para la formación de una ciudadanía responsable, etc.
Entonces, ¿Qué es lo que están comunicando realmente tales ideas? Tal vez, las nociones expuestas por Eyzaguirre, podrían hacernos considerar cómo aportar activamente en enfrentar el problema de la desigualdad desde un campo de acción más concreto, desde el interior de las escuelas, disminuyendo desigualdades internas. Debo reconocer que es una mirada en cierta medida optimista y en mi caso, mucho más alentadora que solo considerar el diagnóstico demoledor que hemos aprendido de las investigaciones en educación chilena, pues invita a tener un rol más activo en las mejoras al sistema educacional, haciéndonos cargo desde “el interior de la escuela o liceo”.
Por otra parte, y en convergencia con el punto expuesto anteriormente, la clase de Recart que tenía como propósito dar a conocer ciertos avances y desafíos de la educación chilena sobre la base del análisis del último decenio, a raíz de la implementación del SAC y la evidencia indiscutible que los frutos de su implementación no son, necesariamente, los esperados, es que se levanta un
análisis que implica una mirada interna de las escuelas y liceos, particularmente, una revisión de cuáles son las formas organizacionales propias y metodológicas más adecuada para administrar y gestionar cada uno de las instituciones escolares. Este foco, hizo posible invitarme a repensar las preguntas esenciales sobre el problema de la educación chilena, pues la pregunta ahora no consiste solo en determinar cuáles son los problemas o principales tensiones del sistema educacional, sino cómo nos organizamos (las mismas escuelas) para que un alumno aprenda aquello que debe aprender y que esos aprendizajes le permitan desarrollarse como ciudadano. Es importante esclarecer que esta mirada no pretende reducir el problema de la educación y sacar la mirada sobre aquello que desafía a la mejora del sistema educacional completo, lo que hace precisamente esta mirada es, de algún modo, ordenar la forma de pensar el gran problema, asumiendo que hay ciertas formas más concretas de enfrentarlo. De esas formas relevo 2: lo que pasa en cada sala de clases y lo que pasa con la gestión escolar de la escuela o liceo.
En cuanto a lo que pasa en la sala de clases, implica mirar internamente la praxis pedagógica liderada por los docentes, paradocentes y estudiantes; a su vez, y en virtud del primer aspecto, implica a su vez revisar profundamente la gestión escolar que lidera, cautela y acompaña la generación de las condiciones de aprendizaje que se generan en las salas de clases desde una mirada consistente en términos técnico-pedagógicos. En esa línea, la idea de Recart de pensar la escuela o liceo desde la racionalidad de una “organización que aprende” y activar la conciencia que “la mejora de una institución educacional significa conocerse muy bien a sí misma”, ilumina, al menos, mi campo de acción, pues la mejora ahora es un desafío que puedo sentir como propio y posible en el camino de la obra diaria e incesante en la comunidad escolar, uno de los espacios más privilegiados, a mi juicio, para aportar a la formación de ciudadanos, en consecuencia, al desarrollo del país.
En virtud de todas las ideas expuestas anteriormente, ahora pienso que gracias a la oportunidad de participar en la Escuela de P.P. pude obtener herramientas de comprensión conceptual y herramientas de operación práctica para asumir mi trabajo diario en el marco de una responsabilidad consciente, con propósito claro y enmarcado en aquello que sí puedo controlar y aportar. Antes de esta experiencia de aprendizaje, cuando pensaba en el problema de la educación, sentía un constante “sobre-diagnóstico” con un énfasis excesivamente frustrante, mientras que ahora, puedo pensar el problema desde diferentes perspectivas, diversos focos de acción y es una invitación valiosa para abrir nuevas conversaciones –abiertas, situadas y flexibles- con diversos actores del sistema (con estudiantes de Tercero Básico, por ejemplo) sobre educación nacional, internacional y las diversas políticas públicas y educativas que las sustentan.
Jaqueline Lara, Alumni 2009